“Periodismo es difundir aquello que alguien no quiere que se sepa, el resto
es propaganda. Su función es poner a la vista lo que está oculto, dar testimonio
y, por lo tanto, molestar. Tiene fuentes, pero no amigos. Lo que los periodistas
pueden ejercer, y a través de ellos la sociedad, es el mero derecho al pataleo,
lo más equitativa y documentadamente posible. Criticar todo y a todos. Echar sal
en la herida y guijarros en el zapato. Ver y decir el lado malo de cada cosa,
que del lado bueno se encarga la oficina de prensa”
-Horacio Verbitsky,
periodista y escritor argentino

lunes, 18 de septiembre de 2017

Da lo mismo ocho que ochenta

¿Puede la misma crema costar 85 euros en un establecimiento y 5 en otro? Sí. Por el precio de un tarro en un sitio se pueden comprar 17 tarros del mismo potingue en otro. Cosas del marketing y de que no es lo mismo, dicen los expertos, vender 400 que 40.000, que si vendes más se pueden reducir los márgenes y reventar el mercado. Es decir, la jungla, la supuesta ventaja de la economía de mercado, de la oferta y la demanda, del trile, el engaño y el abuso. Si la crema se puede vender a 5 euros, seguramente la materia prima y la fabricación cuestan cincuenta céntimos, el tarro veinticinco y transportarla y distribuirla otros veinticinco. Total, un euro. De uno a ochenta. Esa es la eficiencia del mercado. Eficiente para los bolsillos de los aprovechados. Pero si al menos el producto cumpliera con lo que promete, es decir que es una crema “rejuvenecedora y antiedad”. Recuperar la juventud no tiene precio, podríamos pensar. Pero los milagros no existen y, según cuenta el director general de la empresa que fabrica el potingue, "por mucho que se hable de cremas rejuvenecedoras y de su propiedades, la verdad es que no son eficaces. Lo único que se puede es enmascarar los efectos y minorar el paso del tiempo por la piel".  El efecto placebo de toda la vida, el engañabobos. En este país, a un desgraciado que roba un bocata o una botella de leche en un supermercado lo empapelan. Pero a unos desalmados que nos roban vendiendo a 80 lo que les cuesta uno, y que además no cumple lo que prometen, los llamamos señores empresarios que crean trabajo y que merecen subvenciones. Que lo hagan con productos totalmente prescindibles como son la mayoría de los productos cosméticos es grave pero todavía lo es mucho más si esos mangoneos los hacen con productos de primera necesidad. Y es que por mucho que digan los defensores del capitalismo que hay una mano invisible que todo lo regula, según Adam Smith, la realidad es que lo que existe es la mano larga de los desalmados que nos limpian la cartera y nos venden a ochenta lo que no cuesta ni ocho y además no sirve para nada.

Evaristo Torres Olivas

1 comentario:

Anónimo dijo...

Crímenes legales: una larga lista. Y mucho silencio y resignación.