“Periodismo es difundir aquello que alguien no quiere que se sepa, el resto
es propaganda. Su función es poner a la vista lo que está oculto, dar testimonio
y, por lo tanto, molestar. Tiene fuentes, pero no amigos. Lo que los periodistas
pueden ejercer, y a través de ellos la sociedad, es el mero derecho al pataleo,
lo más equitativa y documentadamente posible. Criticar todo y a todos. Echar sal
en la herida y guijarros en el zapato. Ver y decir el lado malo de cada cosa,
que del lado bueno se encarga la oficina de prensa”
-Horacio Verbitsky,
periodista y escritor argentino

miércoles, 28 de junio de 2017

La política, esa porquería

En todas las valoraciones sobre las profesiones, los políticos y los periodistas son los que peor salen. Se lo han ganado a pulso. Hoy hablaremos de los políticos y dejaremos a los periodistas para otra ocasión. Muchas son las razones por las que los políticos están tan mal considerados. Una de ellas su escasa preparación intelectual, en la mayoría de los casos. Otra, la forma de de comportarse los unos con los otros. No se dedican, por lo general, a debatir propuestas o contrastar opiniones sino a insultarse con el peor estilo. Sirva de ejemplo la reciente moción de censura. Todo ha girado en torno a que unos eran unos corruptos y ladrones, otros, unos bolivarianos a sueldo de Venezuela, unos terceros,  una marca blanca del PP que no han leído a Camus, Azaña ni a Solé Tura. Lo explicaba muy bien un sociólogo cuyo nombre he olvidado en un documental sobre lenguaje político. Imaginemos, decía, que Iberia se dedicara a hacer anuncios en los que contara que Lufthansa es una línea aérea insegura y que Lufthansa dijera lo mismo de Iberia. Al final, concluye, la gente prescindiría de los aviones y viajaría en tren. Pues eso es lo que está sucediendo con la política: si los políticos del PP, a decir de unos, quieren hundir España; si los de Podemos, opinan otros, pretenden convertir este país en una sucursal de Venezuela; si unos terceros, los nacionalistas, pretenden trocear esto como en un rompecabezas, al final, nosotros, los ciudadanos, pensaremos que la política es una pocilga y los políticos unos porqueros. A decir verdad, algo de pocilga sí tiene la política cuando la bienintencionada Mari Cruz Aguilar,  en un artículo reciente, sale en defensa de los alcaldes de pueblos pequeños, pero cita como ejemplo a Antonio Arrufat, eterno alcalde de La Cerollera, quien dice que ser alcalde de pueblo no es un cargo sino una carga. Pues podía haber elegido a muchos otros alcaldes y alcaldesas de pueblo, pero precisamente Arrufat no es el mejor ejemplo. Lo de ser alcalde de La Cerollera es una excusa para vivir de la política como presidente de la Diputación de Teruel, senador, delegado del Gobierno de Aragón, etc. Y también para ejercer la censura en el Diario de Teruel. ¡Si lo sabré yo!

Evaristo Torres Olivas

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