Hoy voy a defender la religión. La enseñanza de sus dogmas, sus fantasías y sus alucinaciones debería ser
obligatoria en la guardería, la escuela, la universidad, los conservatorios,
las escuelas de cocina, las universidades de verano, las de la experiencia, las
autoescuelas, las locas academias de policía, de baile, de corte y confección y de circo. Yo soy
lo que soy gracias a la religión. Casi todo lo que sé del género humano me lo
ha enseñado la religión católica, apostólica y romana. La nuestra, la de toda la
vida, la única verdadera, la chachi, la guay.
Todas las demás son imitaciones, lo que las huevas de lumpo al caviar, las gulas a las angulas o dos
barritas de surimi a un besugo al horno. ¿Y qué he aprendido yo de la religión
nuestra, de la auténtica? Que una cosa es predicar y otra dar trigo. Que quien
más ayuda a los pobres son otros pobres y no la Iglesia. Que la caridad humilla
a la gente y atenta contra la dignidad. Por eso hay que luchar por la justicia.
Que los esfuerzos inútiles no sirven para nada, que llueve cuando se dan las
condiciones meteorológicas y no cuando
se saca al santo en procesión. Además, son siempre los más tontos o los más
gilipollas los que cargan con el mochuelo en las procesiones, se azotan la
espalda, se joden los nudillos dando porrazos a un tambor o llevan las rodillas
en carne viva de tanta genuflexión. Nunca he visto a un cura, un obispo, un
cardenal o un papa dándose leches con un látigo o cargando al hombro la imagen
de San Roque, Santa María o el Cristo de los Recortes (el preferido de Rajoy). También
he aprendido que todo lo que prohíbe la Iglesia es algo cojonudo o muy normal.
Los curas acojonaban a los niños con la amenaza de que la masturbación licúa el cerebro y te deja ciego.
Doy fe (como los notarios) de que no es verdad: da placer, relaja y estimula la
parte del cerebro conocida como tegmento pontino dorsolateral (según la
Wikipedia y un amigo que estudió Veterinaria). Aprendí también que la
homosexualidad que tanto critica la Iglesia no es una enfermedad. La Iglesia me enseñó asimismo
el significado de la palabra contradicción: por un lado te dicen no matarás y
por otro, un tal san Bernardo suelta que
matar infieles es un acto de amor a Dios.
Pero la mayor lección que me ha enseñado la religión verdadera es la de no creer en dioses,
en charlatanes y en vendedores de motos. Que nacemos de un polvo y en polvo acabamos. Amén.
Evaristo Torres Olivas
Uno que se azota y Spiderman
3 comentarios:
Nunca me ha quedado claro si San Bernardo tenía perro o no.
San Bernardo no sé, pero el perro de San Roque no tiene rabo porque Ramón Ramirez se lo ha cortado.
¿Cual San Roque, el González, misionero jesuita y mártir, o el que enseña la pierna?
Publicar un comentario